15 junio 2009

Hombres de Dios


Hacía tiempo que no se confesaba y Atilio decidió hacerlo. Era un hombre creyente, de rezo diario y misa semanal. Cuando llegó a la iglesia vio que en el único confesionario que estaba abierto había tres personas esperando. Se sentó en el banco haciendo cola y se alegró de tener un ratito para hacer un recuento mental de los fallos cometidos. A sus ochenta y tres años los pecados de Atilio eran tan inocentes como los de un niño. Llevaba una plácida vida de viejo sabio que sólo producía pecadillos veniales y, a veces, ni siquiera eso.

Era agradable el frescor de la iglesia y siempre le había encantado el impregnado aroma del incienso. Respiró profundo. La casa del Señor. El refugio del alma. El sosiego del desesperado. La Paz. En ese estado de reconfortante beatitud se acercó al confesionario y al confesor. Ya le tocaba.

_ Ave María Purísima –saludó desde dentro una voz entre aburrida y displicente, con un leve tono metálico.
_ Sin pecado concebida –respondió Atilio con recogimiento.

La relación de pecados que pasó de boca del pecador a oídos del confesor no debió dejar satisfecho a este último, pues comenzó a escarbar, con uña experta, en los oscuros y siempre pecaminosos rincones, en los que se acumulan las suciedades de las almas del rebaño, en busca de algo que hiciera sentirse a Atilio como lo que era, nada más que un pecador.

Tras varias preguntas infructuosas su fino olfato inquisidor dio con lo que buscaba:
_ Asiste usted a los oficios del domingo?
_ Si, oigo misa todos los domingos pero por la televisión.
_ Pero eso no es cumplir con lo que nos ordenó el Señor. La obligación es asistir a la iglesia a oír misa, no verla por la televisión.
_ Es que yo estoy enfermo, y como esa misa es para los enfermos… pues…
_ Y que enfermedad tiene usted?
_ Tengo mal la próstata
_ Y eso le impide asistir a los oficios?
_ Pues sí, porque no puedo estar mucho tiempo sin orinar, y entre que vengo desde casa, oigo la misa y vuelvo a casa pues… no puedo aguantar tanto tiempo… comprende? –dijo Atilio bajando la voz, comenzando a estar ya un poco avergonzado.
_ Hay que hacer un esfuerzo, hijo mío. Hay que hacer un esfuerzo. Si no asiste a la iglesia está cometiendo un pecado. Tiene que esforzarse y venir a la casa del Señor.

Mientras, arrodillado, cumplía la penitencia que lo limpiaría de sus pecados a Atilio le costaba concentrarse en sus rezos. Sentimientos de rabia e impotencia inundaban su alma. Él que esperaba quedar ligero como un pájaro, tras la confesión, se encontraba con ganas de decirle a ese cura cuatro verdades. Y con esas ganas y ese desasosiego se iba a marchar para su casita.

A medida que fue pasando el día Atilio fue recuperando la amistad consigo mismo. Analizó su conciencia y tuvo claro que no era por comodidad ni por dejadez por lo que no asistía a la iglesia desde hacía ya unos años. Siempre le gustó asistir a los oficios, pero la vejez le había cortado las alas para esto como para tantas otras cosas.
Con Dios no tenía problemas, creía y tenía hilo directo con Él.
Pero con aquél cura… meneó la cabeza de un lado para otro y dijo en voz alta:
_ Qué haga un esfuerzo. Qué sabrá él!!

Texto: Valentina.

12 comentarios:

BLQ dijo...

muy buen relato, lo he leído hasta tres veces y no porque no lo entendiera, ya que escribes muy bien y con palabras sencillas, es porque me ha gustado tanto que no podía dejar de repetir

JoPo dijo...

¡¡¡¡¡¡¡¡menos mal q las iglesias son fresquitas en verano!!!!

poreque si no no iba ni dios, bonita historia, val

Valentina. dijo...

ELOI
Gracias por tus amables palabras. Me alegro mucho de que te haya gustado.

Un beso.

JOPO
Pues si, fresquitas y silenciosas.

Real como la vida misma, amigo mío.

Besos.

Insanus dijo...

Pues, sí, bonito relato, una buena recreación de ambientes y personajes.

Me ha gustado mucho, sí.

Valentina. dijo...

HOMO INSANUS
A veces las palabras adquieren vida propia y salen del tirón , como en este caso. Otras veces ni a tiros.
Ah, los caprichos de las musas...

Volvemos a encontrarnos por estos espacios blogeros. Es que últimamente ando de alejada...

Salud.

Valentina. dijo...

ALEJANDRO KREINER
Y bien gordos e imperdonables.

Un saludo.

Josep Julián dijo...

Hola Valentina:

Qué buen relato has escrito y qué fácil de entender es la postura de Atilio y la del cura. Como dice mi suegra, a este cura parece que le viste el enemigo.
Tambièn quería darte las gracias por pasarte por mi blog y dejar un comentario "aséptico" en medio del rifirrafe que se montó.
Muchas gracias y hasta pronto.

Anónimo dijo...

Sí, tengo entendido que son establecimientos públicos carentes de servicios, como urinarios y salida de emergencia. Algo que también me ha llamado la atención siempre es que es la única fiesta que conozco en la que solo bebe el anfitrión.
Hace bien Atilio en “verlo desde casa” (con unas aceitunitas y su mistela para el solo).
Buen trabajo Valentina.

Valentina. dijo...

JOSEP JULIAN
Fue un placer pasar por tu blog. En cuanto al rifirrafe... es que tocaste un tema que levanta ampollas a la que te descuides.

Seguimos en contacto. Un saludo.

NECRONOMICÓN
Jejeje. Muy agudo,chico.
Como se meta sanidad por ahí todavía les mete un puro.

Y lo de las aceitunitas y el mistela, parece que lo estoy viendo. Como corra la voz de semejante aperitivo dominical más de uno se nos queda en casa.

Salud.

migrante dijo...

Excelente y tierna historia, me ha gustado mucho la sensibilidad con la que la cuentas y me recuerda situaciones vividas en la infancia.
Bso.

Valentina. dijo...

MIGRANTE
Pues esta está inspirada en un hecho real que ocurrió hará unos cuatro años. Así que mira tú cómo andamos.

Besitos.

seriecito dijo...

Me alegro de poderle leer de nuevo.

La verdad creo que ese caso no es singular, creo que se repite mas frecuentemente de lo que parece... en fin.

Salu2: